Y sí pensamos más en los jóvenes

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Por María Alejandra Manrique

Recuerdo una frase muy interesante que escuche en una clase de mi posgrado, “alumnos recuerden, que la ventaja competitiva de unan sociedad no vendrá de lo bien que se enseñen en sus escuelas la multiplicación y las tablas periódicas, sino de lo bien que sepa estimular la imaginación y la creatividad” (walter Isaacson).  Frase que sigue en mi mente al observar el panorama de los jóvenes en Colombia.

He tenido la oportunidad de recorrer distintivos municipios del Caquetá, del Huila y parte del Tolima, y durante estos trayectos es evidente observar casi en cada esquina cientos de cantinas, billares, casinos, bafles estruendosos con ruidos ensordecedores, donde el transeúnte poco o nada pude hacer al caminar.

Siempre que paso por estos pueblos me cuestiono, que pasaría si en vez de ello, se ofreciera una oferta mucho más cultural, humanista, donde a cambio de ellos abunden salas de teatros, exposiciones de pintura, centros de aforos culturales, exposiciones artesanales, cerámicas, conciertos de guitarra y muchas más opciones para los jóvenes que habitan en lugares tan apartados; quizás si tuviéramos estos espacios se daría un paso hacia la esperanza, a la sana ambición, a la proyección y a  los sueños de muchos de estos jóvenes, donde algunos con esfuerzo máximo logran salir de este círculo social que parece ser nocivo, mientras que otros tantos no tienen la posibilidad y continúan  su vida rutinaria y tal vez conformista en estos pueblos apartados y olvidados.

Es importante dejar claro que con ello no quiero decir que no esté de acuerdo con los placeres momentáneos de la vida, la diversión que para muchos supone estos lugares, ni mucho menos ser critica de los gustos y divertimientos. Pero si dejar claro que debe existir el tiempo para lo vital, lo sustancial, lo que va más allá de una vida rutinaria meramente ordinaria, y trascender hacia actividades y eventos que incentiven la creatividad, el espíritu soñador, y filosófico que permita a los jóvenes evolucionar como seres humanos y no quedarse en el tiempo de generaciones violetas, olvidadas, y conformistas.

Si queremos construir país, indudablemente no debemos olvidarnos de estos jóvenes, que viven en la sombra rutinaria de un panorama oscuro, arcaico y desalentador. Como lo señala el Sociólogo Federico Grajales “se hace necesario que los jóvenes se replanteen muchas de las dinámicas ya existentes, que sepan que los embarazos a temprana edad son cosa del siglo pasado, que pueden trabajar en diferentes opciones y no solo en trabajos tan arduos como el mototaxismo, que casarse y tener hijos no es una obligación sino una opción”

Es una realidad, cientos de hombres y mujeres no ven la posibilidad de salir de sus corregimientos y veredas a buscar un futuro conectado con la educación superior y el crecimiento académico. Ante el panorama altamente desfavorable los jóvenes de lugares apartados dudan de sus capacidades y entierran sus aspiraciones y sueños. Los niños y niñas de las zonas rurales, de los pueblos indígenas, de las ciudades intermedias deben ser educados con conciencia crítica, reflexiva, pero también con aspiraciones, con ambiciones académicas, económicas y profesionales, que hagan de ellos, jóvenes con pensamientos libres, para así crear acciones positivas y oportunidades más amplias para sus comunidades y sin duda para Colombia en general.

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