La agroindustria sustentable, estrategia de conservación de la biodiversidad

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Por Omar Fernando Cuadro Mogollón
Especial para Diario el Huila

Colombia comparte con Brasil el primer lugar a nivel mundial en biodiversidad y está identificado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente como uno de los 17 países megadiversos. En los últimos 50 años, los seres humanos hemos transformado los ecosistemas a un ritmo y con un alcance superior a ningún otro periodo de la historia, aumentando la tasa de extinción de especies hasta 1.000 veces por encima de las tasas típicas de la historia del planeta. La diversidad genética ha disminuido a escala mundial, en especial entre las especies cultivadas (Reid, Walter; et-al. 2012).

La producción industrial en general, y agroindustrial en particular, es una de las principales causantes de la problemática ambiental actual. La demanda creciente de bienes y servicios presiona directamente en los ecosistemas del planeta y en sus bienes y servicios ecosistémicos.

Desde los años 70, por ejemplo (cuando se fortalece la revolución verde en la agricultura), la mayoría de alimentos que consumimos contienen trazas de productos químicos responsables en un alto porcentaje de generar anomalías en el organismo (Hernández, 2012). Esto trae consigo crisis sociales, por ejemplo en 2001 algo más de 1000 millones de personas sobrevivieron con ingresos de menos de 1 dólar al día, y aproximadamente el 70% de ellas vivía en zonas rurales en las que son altamente dependientes de la agricultura, el pastoreo y la caza de subsistencia. A pesar del crecimiento en la producción de alimentos per cápita que tuvo lugar en las últimas cuatro décadas, se estima que 795 millones de personas carecen de alimentos suficientes para una vida sana y activa (FAO, 2015).

La problemática ambiental generada por la agroindustria se puede agrupar en 4 aspectos: (1) alteración de los ecosistemas, (2) afectación de los recursos naturales, (3) manipulación inapropiada de alimentos e (4) impactos socioeconómicos negativos en la población; estos producen impactos directos como: deterioro de los ecosistemas locales, utilización excesiva de agua y energía, degradación del suelo, disminución de la biodiversidad local, aumento en la generación de residuos (orgánicos, químicos y tóxicos), uso excesivo de insumos químicos en los alimentos, maltrato de la fauna, desplazamiento de la mano de obra local y empobrecimiento de la economía regional.

Según Hernández Harold, 2012 en su tesis: Rompiendo Paradigmas. Paisajes Integrados y otras formas de gestión del desarrollo territorial, para generar desarrollo sustentable es necesario generar valoración de los recursos naturales y uso sustentable, a la vez que se conserva la cultura y tradiciones de explotación agrícola y pecuaria, pero con generación de valor agregado local.

En este sentido, una estrategia de conservación de la diversidad y, a su vez, una de las expresiones del desarrollo sustentable, se puede encontrar en la agroindustria sustentable, la cual debe tener en cuenta el intercambio de saberes, de experiencias, de conocimiento tradicional y el desarrollo organizativo y productivo. Para que un emprendimiento agroindustrial sea considerado sustentable se requiere: (1) utilización de insumos agropecuarios, (2) verdadera generación de valor agregado, (3) bajo impacto ambiental, (4) bajo impacto a la salud humana, (5) conservación de la diversidad ecológica y cultural, (6) comprobados impactos socio-culturales positivos y (6) desarrollo a escala pequeña o mediana (Cuadro y Hernández, sin publicar).

La Agroindustria Sustentable

Hoy en Colombia existen importantes experiencias y grupos de personas trabajando en procesos productivos con sustentabilidad (como grupos agroecológicos, proyectos de Mercados Verdes y Biocomercio, Cocinas Tradicionales, emprendimientos productivos, cooperativas, asociaciones campesinas, entre otros) en renglones económicos como en el proceso productivo de cafés especiales, cacao de sabor y aroma y en sectores promisorios como frutales, apicultura, forestería de guadua y bambú, entre otros; los cuales deben tener en cuenta el intercambio de saberes, de experiencias, de conocimiento tradicional y el desarrollo organizativo y productivo.

Estos emprendimientos permitirán el trabajo colaborativo, asociado y cooperativo que multiplican el saber a través de sus propias técnicas, metodologías y las diferentes alternativas de investigación que sean compatibles con su cultura y diversidad ecosistémica local. De este modo, se dará paso a un desarrollo local campesino con autonomía y pertenencia bajo los principios de soberanía alimentaria, recuperación y fortalecimiento de la cultura agraria, conservación con manejo de la diversidad ecológica y ecosistémica, producción de alimentos para la seguridad alimentaria familiar, local y regional en las zonas que sean aptas para promover sistemas productivos sustentables, según el análisis de la planificación del territorio.

El fomento de agroindustrias sustentables debe estar articulado a estrategias de agremiación de productores, esto implica una serie de procesos planificados, como programación de cosechas y consolidación de encadenamientos y alianzas productivas, que generen estrategias de comercialización, inclusión de valor agregado a los productos y certificación ambiental o de confianza que favorezca las relaciones económicas entre organizaciones de productores y comercializadoras, a través de estrategias de uso y valoración de la biodiversidad.

Lo anterior se traduce en transformar la pequeña producción campesina en una verdadera empresa rural, lo cual según Hernández,  se logra mediante: una revaloración del saber campesino articulado a procesos de gestión durante todo el ciclo productivo; participar en una planeación colectiva del uso de la tierra, en la consecución de insumos y maquinaria (es decir, implementar procesos de competencia); producción agroecológica que garantice alimentos saludables (libres de químicos), a la vez que rescata y revalora los saberes tradicionales, asegura soberanía alimentaria y conserva el paisaje (implementando flujos cíclicos en la utilización de materia y energía); producción con valor agregado, disminuyendo el número de intermediarios y articulándose a procesos de eco-marketing (sellos verdes y eco-etiquetado) o de Certificados de Confianza (también conocidos en América Latina como Sistema Participativo de Garantías).

Lo anterior se potencia con una adecuada formación, capacitación y acompañamiento por parte de la academia a través de procesos de extensión. En conclusión, el desarrollo sustentable plantea la necesidad de realizar profundos y sustanciales cambios en el modo de vida, de comprender la relación sociedad-naturaleza-economía, de revalorar el paisaje, los saberes y la cultura. No se trata de una apreciación meramente semántica (un error de traducción o un sinónimo sostenible vs. sustentable), sino de comprender el trasfondo del problema o conflicto y que la manera de solucionar estos conflictos es mediante acciones contundentes, radicales, completas (cuando menos en los 3 pilares del desarrollo: economía, ecología y sociedad) y sobre todo, colectivas.

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