Por Ramón Jara A.,
El 31 de agosto de 2016, el Senado brasileño resolvió destituir a la Presidenta Dilma Rousseff de sus funciones, en el marco del juicio político en su contra que se llevó a cabo. Aquella tarde, la entonces Mandataria que ya estaba suspendida acusó ser víctima de un «golpe de Estado» maniobrado por su vicepresidente, Michel Temer, quien ocupó su lugar. En medio de ese agitado ambiente, Temer que había pasado de aliado de Rousseff a su rival desde la vicepresidencia prometió gobernar para devolver la estabilidad a un país golpeado tanto económica como social y políticamente. Pero las mismas acusaciones en contra del Mandatario lo tienen en una situación más que complicada. Y dentro de todo este panorama, el miércoles ocurrió un nuevo episodio: el juez Sérgio Moro, a cargo de la investigación «Lava Jato» sobre corrupción en torno a la empresa Petrobras, resolvió condenar a nueve años y medio de prisión al ex Presidente Luiz Inacio Lula da Silva, padrino político de Rousseff y el más favorito para suceder a Temer en el Palacio de Planalto. Así, el diagnóstico es claro: la política brasileña está sumida en un pozo profundo.
Dilma y el «golpe blando»
Partamos por el principio. La destitución de Dilma Rousseff en 2016 fue el primer punto alto que graficó la crisis de la clase política brasileña, complicada desde hace meses producto del caso Petrobras, que no distinguió colores políticos y ha alcanzado a personajes poderosos.
La discusión pasa por si las razones formuladas por la oposición (maquillaje del gasto público para favorecer la reelección) era causal de un juicio político y posterior destitución. Para el académico de la Universidad Federal de Sao Paulo Fabio Barbosa, «muy pocos en Brasil creen que el impeachment tuvo fundamento jurídico y no político».
«Como el Congreso no puede destituir un presidente en Brasil, por impopular que sea, estoy de acuerdo con lo que decía Dilma Roussef: impeachment sin crimen de responsabilidad, es un golpe. Sin embargo, discrepo del argumento de que el golpe fue provocado por diferencias substantivas de proyecto. Fue en el terreno de la pequeña política, que el Partido de los Trabajadores dirigió´ exitosamente por 13 años, donde el juego cambio’ de dirección. Y eso porque se agotó el modo lulista de regulación del conflicto social», afirma el académico. Y es este modelo «lulista» el que también precipitó la destitución de Rousseff, según Barbosa. Es decir, «modestas ganancias en el extremo inferior de la pirámide social brasileña, asociado a la intocabilidad de los negocios», el cual funcionó exitosamente durante un tiempo, pero se hundió con los escándalos políticos y la crisis política.
Ahora, Rousseff intenta permanecer en la escena política, pero claramente disminuida.
Temer y sus crisis
En tanto, el Presidente Michel Temer tampoco lo pasa bien. Los escándalos de corrupción también le han salpicado, tanto que el Congreso ahora analiza una denuncia en su contra hecha por la Fiscalía respecto al pago de sobornos y obstrucción a la justicia. Así, en caso de que se le dé luz verde a la acusación, el Mandatario podrá ser sometido a juicio. A esto se suma la casi nula aprobación del gobernante (cerca de un 7%) debido a su agenda impopular, que tiene a muchos exigiendo su renuncia. Pero Temer lo ha dejado claro: no dejará el puesto por ningún motivo.
La cosa es que, en caso de ser encontrado culpable por la justicia, Temer sería destituido y reemplazado por un candidato elegido por el Congreso. Nada de elecciones directas, porque no está contemplado por la Constitución para estos casos. Para Barbosa, en todo caso, «la paradoja es que a nadie en Brasilia le interesa que se caiga el Gobierno. Porque ni el PT ni el PSDB (el partido de Temer) quieren encargarse de las reformas por su evidente impopularidad. Al mismo tiempo no les queda otra, porque es una agenda consensual entre los que mandan en el país que son los que les financian y, por lo tanto, mandan en estos partidos».
Así, afirma que «este impase sólo puede romperse bajo la presión de las movilizaciones populares, que, aunque están en alza, todavía son insuficientes para arrinconar a los que están en Brasilia».
El factor Lula
Otro punto a tomar en cuenta es la situación del ex Presidente Lula Da Silva. Dejó el poder con un histórico 87% de aprobación y logró poner en el Gobierno a su protegida Rousseff, sin embargo, se ha visto envuelto en una serie de acusaciones judiciales que lo vinculan a hechos de corrupción y manchan su aplaudida gestión.
Pero a pesar de todo esto, Lula sigue en el tope de las encuestas y figura como el principal candidato para suceder a Temer. «La clase dominante brasileña se perfiló en contra de Roussef con la expectativa de liquidar políticamente el partido de los trabajadores y su principal liderazgo. Sin embargo, cuanto más se agrede a Lula, más sube su popularidad», afirma Barbosa.
Para el profesor, esto se explica porque «tiene que ver con el rechazo general al actual gobierno y su agenda antipopular, lo que alimenta en la gente la expectativa de que Lula sería el único capaz de defenderlos en este momento».
«Aunque esta sea una falsa ilusión, porque hace mucho que Lula y el PT se convirtieron en gestores del orden; no es imposible que esta misma clase dominante, que en este momento se rompe la cabeza para decidir qué hacer con Lula, llegue a la conclusión de que lo mejor será recolocarlo en la presidencia, donde se mostró absolutamente confiable.
De ahí otra paradoja: el PT se convirtió en el partido del mal menor para la izquierda, pero también para la derecha», sentencia. No obstante, aún queda saber qué pasará con la resolución del Tribunal Regional Federal respecto de la condena a Lula de 9 años y seis meses, lo que decidirá su futuro político. Él ya dijo que repostulará a la Presidencia, habrá que esperar.