“Las desgracias no son como las cuentan, son como se viven”
Sucede en Neiva, como en cualquier otra parte del país o del mundo. Al comienzo del 2020, poco importaba el tema del covid-19, porque se presentaba solo en China; se esparció por otros países, muy rápido llegó a Colombia y entonces la preocupación era que no tocara al departamento, a cada municipio… Nada que hacer, estaba en todas partes, luego era necesario dejar el miedo y entrar a la fase de confrontación, a la duda con el vecino y el de más allá, al padecimiento, a la fatalidad.
Por John Freddy Figueroa
Especial/24-7Semanario
“Las desgracias no son como las cuentan, son como se viven”. Con estas palabras, Ovidia Bríñez resumía las durezas provocadas por la pandemia del coronavirus, que la obligaron a dejar una modesta habitación en el barrio Santa Rosa, de Neiva, para buscar refugio en zona de invasión, lo más cerca que pudo de su lugar de trabajo, una acera, frente al comando de la Policía.
A sus cerca de 70 años, salía todos los días a vender dulces y mal que bien recibía el apoyo de quienes la conocían, además de compradores fortuitos. Junio era el mes ideal, contaba con alegría, porque las fiestas sampedrinas multiplicaban las ventas; “moneda con moneda suma billetes y así puedo pagar obligaciones”, decía sonriendo.
Pero las medidas de aislamiento borraron de tajo ese escenario deseado y en silencio se abandonó a su suerte sin recursos, mal alimentada, solitaria… El día que pudo salir, hacia mediados de octubre, había perdido la batalla contra varios males que la aquejaban; no quiso recibir atención médica, pues temía que la dejaran en un hospital como portadora del virus.
Afirmaba que solo tenía para “sobrevivir”; de hecho, malvivía en un cambuche, que abandonó cuando partió hacia su última morada en un entierro de primera. ¡Asombroso, dignidad después de la vida!, situación que en parte permite ver el retrato de la pandemia cuyos registros producen escalofríos; pero nada más, porque el ser humano pasa rápido de la adaptación a la indolencia; solo reacciona cuando el mal toca a la puerta de su casa.
Y llegó el virus
Sucede en Neiva, como en cualquier otra parte del país o del mundo. Al comienzo del 2020, poco importaba el tema del covid-19, porque se presentaba solo en China; se esparció por otros países, muy rápido llegó a Colombia y entonces la preocupación era que no tocara al departamento, a cada municipio… Nada que hacer, estaba en todas partes, luego era necesario dejar el miedo y entrar a la fase de confrontación, a la duda con el vecino y el de más allá, al padecimiento, a la fatalidad.
Con todo y eso, las festividades decembrinas se dan como ese bálsamo esperanzador que invita al encuentro y la francachela mientras las autoridades piden autocuidado. Los más atrevidos no entienden de normas, de disciplina, de prohibiciones; son ellos en gran parte los responsables de que médicos y enfermeras, entre otros, sirvan como carne de cañón cada vez que caen en el cumplimiento de su deber. Por eso, lo que dijo Ovidia “Las desgracias no son como las cuentan, son como se viven” tiene una alta dosis de sabiduría.
Resiliencia
En la búsqueda de diversas posiciones frente a la adversidad encontramos manifestaciones multicolores, con un horizonte más prometedor, aunque se da por sentado que vienen tiempos bastante difíciles. Para los empresarios, entre otras razones, porque las pérdidas por la baja producción son elevadas y la dinámica de la economía estará atada a un lánguido poder adquisitivo. Para los trabajadores, porque si antes no alcanzaba la mesada, en el 2021 tiende a ser peor. Para los desempleados, cada vez con más barreras para acceder a un empleo decoroso… Para toda Colombia, cuya deuda externa alcanzó su máximo histórico, por encima del 50% del PIB.
Endeudamiento que se incrementa con el fin de atender las necesidades de gasto generadas por la emergencia del coronavirus, lo que a su vez se expresará en algo que a nadie gusta: menor inversión social, venta de activos, recursos públicos menguados y que serán buscados, como es costumbre, con carga impositiva más elevada. Eso, trasladado a todos los actores del país, significa un fuerte apretón que cada ciudadano administrará según sus capacidades: ¿no habrá más remedio que vender o dejar de comprar la casa o el carro?, ¿privarse de viajes y otros placeres? ¿Comprar de segunda? ¿Comer una o dos veces al día? Según el colchón financiero, así mismo se darán las estrecheces.
Sobrevivientes a la pandemia
Para Arnulfo Chávarro, orgulloso campesino de Paicol, la clave está en no dejar de madrugar para garantizar el pan de la familia; asegura que con el cultivo del café ha conocido momentos de gloria, lo mismo que de frustración, y esta vez las pérdidas son cuantiosas. “Somos sobrevivientes de la pandemia”, manifestó convencido de que eso es ya mucha ganancia; lamenta, eso sí, la pérdida de cosechas y, con ellas, la oportunidad de dar trabajo a los recolectores.
Para Rodrigo Esquivel, la situación es similar. Es uno de esos panaderos que conocieron del oficio desde la niñez y a lo largo de su existencia han sembrado la mies por donde van. Nació en Pitalito, pero es en La Plata donde ha cosechado los más dulces frutos; pocos como él para hacer pan, con casi 60 años, sus brazos conservan los músculos que desarrolló amasando el producto más solicitado de la ciudad. “Los altos costos de producción obligan a ofrecer solo pan de combate”, se quejó inconforme por el bajonazo en lo que antes era un buen negocio.
Tampoco sale bien librado de estos tiempos tan complejos Juan Manuel Sandoval; dice haber vivido su mejor tiempo de bonanza como taxista en la década de los 90; pero este 2020 le ha ido tan mal, que piensa vender el cupo para pagar deudas y tal vez quede algo para ingresar a la informalidad como vendedor de cualquier cosa.
Competencia directa de él son personas como Gabriela Muñoz, dedicada al mototaxismo por fuerza de las circunstancias, quien tras hacer toda suerte de cuentas sentenció que como madre siempre hará “hasta lo imposible” para alimentar a sus hijos. Vive en Garzón, pero cuando “el camello” está malo, se va para Florencia, capital caqueteña que considera ideal porque gana buenas “lucas” con carreras cortas. Es más, piensa radicarse allá desde enero, si coinciden un par de pendientes.
Qué decir de los estilistas, como Luz Delly Lasso, que apeló a un préstamo bancario para abrir su propio salón de belleza; pero el confinamiento la obligó a cerrar, vender todo cuanto compró, para librar algunos compromisos y todavía le falta un año cargado de costosas mensualidades.
Todos ellos han superado de una u otra forma los rigores del covid-19, ¡están vivos!, y eso los hace vencedores en medio del panorama general de muerte, dolor e incertidumbre que se presenta por esta causa. Tienen razones para celebrar al cierre del año 2020; sin embargo, no dejan de estar inquietos por el balance económico: antes de la pandemia el dinero fluía; en la actualidad, estiman que tardarán años en salir a flote.
De algo sí están seguros, y es que la universidad de la vida los ha preparado para saber de todo un poco, eso incluye la economía, que creen poder capotearla, salvo que surjan calamidades peores, irremediables. A su manera, entienden que mientras hay vida… hay esperanza; “esa es la ley del pobre”, recalcó Juan Manuel indicando que el rico no dejará de ser rico, que la intermediación seguirá siendo una práctica perversa en muchos casos y que, entre otras, la corrupción permanecerá enquistada porque funciona en sistemas como el de Colombia, con una clase dominante que controla a las mayorías “con zanahoria y garrote”.
Mensaje de consolación
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en sus proyecciones anuncia que el crecimiento de Colombia se aproximará al 5% el próximo año, frente a un 3,7 promedio de América Latina; información que pocos tendrán en cuenta, porque estarán concentrados en sus propios asuntos. Son millones de hombres y mujeres anónimos que ayudarán a empujar el bienestar y el desarrollo con toda suerte de buenas prácticas.
En oposición a ese proactivo quehacer están aquellos que se mueven en la irregularidad, delincuentes, corruptos y demás actores que persisten en obrar contra el bien común. Ponerle freno a ese monstruo de mil cabezas parece poco probable; aun así, hay quienes creen que en las urnas está parte de la solución.
A menos de dos años de las elecciones presidenciales, falta ver si el gobierno del presidente Iván Duque se dedicará a defender los intereses de partido, con la continuidad en el poder, antes que a gobernar. Si se inclina por esto último; es decir, cumplir con su deber, es posible esperar una recuperación en relativo corto tiempo. ¿Meses, años?
Cada uno hará sus cuentas en ese norte que se haya fijado, procurando estar lejos de nuevas desgracias, aquellas que otros suelen narrar sin tener certeza de cómo son en realidad.