Huila: de los paisajes de la promisión a la pujanza cafetera

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Cuando se vislumbra la posibilidad de viajar por carretera, Diners le propone un recorrido por tres zonas imperdibles del Huila: San Agustín, el desierto de la Tatacoa y las fincas cafeteras.

Por Marcos Fabián Herrera*
Especial/24-7Semanario

Durante siglos, el sur del territorio que hoy pertenece a Colombia fue una latitud que desafiaba a los viajeros. La larga travesía que les esperaba a quienes osaban remontar las cordilleras, atemperar en los páramos, resistir en los desiertos y vadear los ríos, era una prueba de estoicismo para explorar una región siempre bañada de enigmas y mitos. A fuerza de arreos, los caballos que encabezaban los bastimentos de los colonizadores desbrozaban los montes, abrían los senderos y asentaban los caminos que luego recorrerían los hombres empeñados en los más diversos propósitos a los que la historia los convocaba.

Los parajes que encontraron los primeros visitantes de estas tierras suscitaron asombro y perplejidad. La búsqueda obsesiva del oro y el afán de fundar ciudades fueron empresas atrapadas en las adversidades que surgían al enfrentar una naturaleza avasallante y rebelde a la dominación. Pero también significó la posibilidad de develar un mundo que no correspondía a las visiones concebidas desde el centro y que superaba el exotismo imaginado por los cartógrafos. En este territorio, de forma inadvertida, el hombre trenzaba un vínculo sagrado con la tierra y establecía una comunión ancestral con una naturaleza indómita y a la vez protectora. 

El enaltecimiento escultórico del departamento simboliza una cultura amparada por dioses. Foto Jess Kraft / Shutterstock

En el departamento del Huila se encuentran destinos que por siglos han desatado la fascinación de los exploradores. Desde los tiempos en los que Francisco José de Caldas se consagrara a la explicación del origen de la lluvia y los vientos, y su sabiduría se convirtiera en estandarte de la ciencia nacional. Por sus caminos han cruzado colonos y geógrafos, científicos y expedicionarios, guiados por las coordenadas de un trópico con ríos de aguas turbulentas y atardeceres de embrujo. Lugares que podremos conocer y revisitar cuando las restricciones por la pandemia se levanten y despleguemos de nuevo los mapas para trazar nuestros itinerarios.

San Agustín, tierra ancestral

Desde que en 1914 fuera revelado al mundo por Konrad Theodor Preuss como uno de los tesoros arqueológicos del hemisferio occidental, San Agustín se ha constituido en una coordenada que concita a quienes indagan las huellas de una cultura que alcanzó la perfección estética en el arte rupestre. El enaltecimiento escultórico de este pueblo, representado en una estatuaria de más de 300 piezas, simboliza la concepción sagrada de una cultura amparada por dioses que regían los cauces naturales de la vida y reverenciaban con arte lítico las cosechas y los rituales de la vida en comunidad.

Escondidas entre bosques, mesetas, pendientes, llanuras y montículos artificiales, las piezas talladas en piedra, que representan desde celebraciones funerarias hasta figuras antropomórficas, constituyen el objeto de pesquisas para antropólogos, etnólogos, documentalistas e historiadores, que todos los días del año visitan uno de los santuarios arqueológicos del mundo precolombino. 

Precedido por un museo ubicado en el umbral del parque, que atesora 600 piezas artesanales, el recorrido se hace en un promedio de cuatro horas, en las que el visitante presencia una comunión de la naturaleza con los vestigios de una cultura que encontró en el arte la manifestación suprema de la vida y la posibilidad de humanizar el diálogo cósmico con sus dioses. Alentado por los vientos que se arremolinan en este nudo de montañas, mientras subo los escalones que me llevarán al alto de Lavapatas, y observo las artesanías que alfareros y tejedores venden a la vera del camino, imagino el esfuerzo de cientos de hombres al cargar milenarias rocas volcánicas y luego hallar en ellas las formas escondidas de la belleza.

Justo en la cima, y al avistar por todos los flancos la infinitud del verde en su abanico de matices, encuentro explicable el asentamiento de esta cultura en estas coordenadas. La fuerza telúrica que se experimenta en la apreciación del paisaje se sobrepone a cualquier creencia. Alejado de la estridencia del mundo urbano, imagino la simbiosis mística que los pobladores de estas estribaciones de cordillera vivieron con la naturaleza. Hace miles de años, en este punto sagrado en el que el sol con parsimonia se esconde tras la montaña en una tarde que anticipa la noche con las luces de los cocuyos, se encendieron fogatas que iluminaron la penumbra y se entonaron cantos esenciales cuyas vibraciones sonoras perduran en el eco de los tiempos.

Custodiado por montañas andinas, el municipio de San Agustín hoy cuenta con 34.868 habitantes y sirve de puerta de entrada al macizo Colombiano. Desde este territorio se avizora una de las mayores fábricas de agua dulce del mundo y uno de los baluartes de la biodiversidad planetaria. Los antiguos dominios de ullumbes, yanaconas, coconucos y paeces albergan el florecimiento hídrico del que derivan cinco de los ríos más grandes del país.

En el departamento se encuentra gran variedad de artesanías que van desde réplicas de precolombinos hasta trabajos en cerámica y fibra de plátano.

Como actividades complementarias a la visita al parque arqueológico, el turista puede explorar una ruta de interpretación patrimonial que incluye los lugares La Chaquira, La Pelota, El Purutal y El Tablón. Ubicados en zonas adyacentes al cañón del río Magdalena, estos parajes son puntos privilegiados para el avistamiento de aves y el senderismo. Tanto pobladores de la zona como operadores turísticos ofrecen el alquiler de caballos y la visita guiada por estos referentes, ineludibles si se quiere comprender el vínculo simbólico y geográfico entre cada uno de estos enclaves del circuito arqueológico. 

Luego, la visita al estrecho del Magdalena permite apreciar el punto exacto en el que río más grande del país reduce su cauce a dos metros. La que era un kilómetro atrás una apacible y holgada corriente fluvial, se vuelve en la concavidad rocosa una turbulenta y ensordecedora riada. Esta rareza de la naturaleza tiene lugar a tan solo 70 kilómetros del nacimiento del río Magdalena. También está ubicada a 11 kilómetros del área urbana del municipio de San Agustín. 

El hotel Masaya ofrece una impresionante vista al cañón del río Magdalena.
Todas las cabañas del hotel Masaya fueron construidas con guadua local.

El hechizo de la luz del desierto

La captura de un atardecer que muestra un sol que palidece con sus tenues rayos detrás de los estoraques color ocre y que alarga la sombra de los cactus, ha sido la obsesión de miles de fotógrafos que visitan el desierto de la Tatacoa. Los rastros de la aridez naranja de cada recodo de este bosque seco tropical han quedado estampados en postales que circulan por el mundo y que motivan a miles de turistas a conocer un ecosistema en el que la vida libra una refriega permanente con la implacable sed y el sopor solar. 

En su avanzada colonizadora, las huestes de Gonzalo Jiménez de Quesada padecieron las adversidades climáticas de este lugar. Aquí el tiempo se suspende y solo el viento anuncia la turbación de la naturaleza. Muchos hombres al servicio de este conquistador español perecieron de hambre y sed en esta extensión de tierra infértil que se pierde en el horizonte, y que para ellos no prometía nada distinto a la muerte. Por tal la razón, el insaciable guerrero bautizó este sitio como el valle de las Tristezas. Lo que para los invasores, que buscaban sin sosiego el pretendido Dorado, fue aflición y derrota, hoy es para los nativos y visitantes un centro de interés paleontológico. Este lugar enamora a artistas visuales, empresarios y científicos y los estimula a desplegar su potencial creativo. 

El desierto de La Tatacoa, en el Huila, fue declarado Parque Natural regional en 2008.

Considerado el mejor espacio natural del país para la observación astronómica, por la distancia de la irradiación lumínica de los centros urbanos, las noches estrelladas del desierto de la Tatacoa hoy se acompañan de múltiples ofertas de ecoturismo, gastronomía tradicional y hotelería diversa. Los rezagos milenarios de un primigenio océano y las huellas del tiempo esculpidas en los fósiles que proliferan en el área, testimonian la presencia de bestias marinas y animales arcaicos que armonizan con un paisaje de pastores de cabras y aves de corral. 

Declarado Parque Natural regional en 2008, el desierto, situado en el municipio de Villavieja, es una de las nueve áreas protegidas del departamento del Huila. Se puede recorrer por senderos laberínticos que adentran al turista en Los Hoyos, El Cuzco y el valle de los Xilópalos. En cada una de estas áreas, las tonalidades de los colores marrón, ocre y bermejo y las formaciones de la tierra erosionada varían. En el interior de los montículos los caminos se ramifican y se bifurcan llevando al caminante a vivir una sensación de extravío. Esfuerzo que es compensado por las maravillas naturales, que como si se tratara de idílicos oasis, afloran en las ondulaciones del recorrido. 

El letargo del desierto contrasta con la frenética actividad de los cientos de visitantes que, luego del trayecto, saborean el estofado de cabrito, los dulces de cactus y descansan en las aguas balsámicas de alguna piscina de agua natural. Con una gran dosis de audacia e inventiva, los hoteles y restaurantes se han acoplado a una zona agreste para diseñar sus identidades a partir de los rudimentos, expresiones raizales y especies endémicas de la región.

El guaraguaco, una de las aves representativas del Huila.

El nuevo epicentro de la zona cafetera

El cultivo de café,  en la actualidad es la fuente de sustento de 82.000 familias huilenses. Esta actividad llegó entre los años 1870 y 1880 a los territorios que hoy corresponden al área rural del municipio de Colombia, en el norte del Huila. Lo promovió la Compañía Colombia, empresa que se dedicaba a la extracción de la quina, con el ánimo de diversificar la agricultura de la región. La fertilidad de los suelos y la creciente motivación por la caficultura propició la propagación del cultivo. Pasaron varias décadas para que la caficultura se convirtiera en la principal actividad agrícola del departamento. Después de 75 años, en 1955, se posicionaba como el cuarto productor de grano en el país.

Con los perfiles de taza más apetecidos en los mercados internacionales, hoy el Huila es el primer productor de café del país en cantidad y calidad. También es el epicentro de la nueva zona cafetera de Colombia. Con cuarenta fincas certificadas que cumplen estándares agroecológicos en el cultivo y procesamiento del grano, familias cafeteras, con el apoyo de algunas instituciones públicas, han creado una ruta para los turistas interesados en conocer los detalles de producción del cultivo emblemático de la región andina.

La jornada de trabajo para Juan Cubillos y su esposa, Alba Lucía Camacho, empieza antes de que los gallos de las fincas vecinas canten y los radiorreceptores de sus trabajadores se enciendan. Aun faltando tiempo para que el albor del día se anuncie, sus pasos se escuchan en cualquier rincón de la casa de bahareque en la que viven con sus hijos Santiago y Valeria. Desde cuándo, agobiados por los apuros de la vida urbana, decidieron radicarse en la finca La Florida, de la vereda La Palma, en el municipio de Gigante, madrugar es una actividad habitual. El manejo preciso del tiempo y la proverbial dedicación a sus proyectos son dos de los factores que han influido para que esta familia, que heredó el amor por la caficultura de sus abuelos, hoy sea modelo en el agroturismo del Huila.

Con una producción anual de 35.000 kilos de café pergamino seco, y una reserva forestal de yarumos, eucaliptos, cedros, guaduas y palmas, su premisa siempre incluyó conjugar la ecología con la productividad. Algo que muchos campesinos de la región creían imposible de lograr. 

Esta familia convirtió su finca en una posada cafetera que cuenta con un mirador. También con un sendero de árboles de especies nativas y un apiario para la polinización del café. Los visitantes del predio disfrutan de un coffee tour. Este incluye show de barismo y el alojamiento en cabañas con paredes de bahareque y techumbres de teja de barro. 

El itinerario cafetero comprende algunos de los municipios productores del grano. Algunos como Gigante, Garzón, El Pital, Timaná, Oporapa, Acevedo, Isnos, Pitalito y Palestina. Al recibir información precisa sobre el cultivo, el turista conoce modelos de producción y cooperación económica amigables con la naturaleza. Estos prolongan una de las tradiciones que han logrado que el Huila sea noticia en bolsas de valores y periódicos extranjeros. 

La consolidación económica del mundo rural, derivada del posicionamiento de la caficultura, ha permitido que los campesinos huilenses valoren el acervo cultural de sus territorios y construyan relatos que le permitan al visitante sumergirse en una experiencia memorable, en la que se exploran las raíces y manifestaciones de la vida agraria. Al degustar una humeante taza de café, y contemplar los amaneceres que llegan con la brisa del Magdalena y los cantos de mirlos, torcazas y colibríes que se mecen en el follaje de los guaduales de las riberas, el viajero confirma que el Huila es la tierra que descubre y revela sus tesoros cuando se pasea por sus caminos, con la misma paciencia con la que el labriego cosecha su parcela y el boga baja por el río.

Un plan aventurero

La apariencia noble de los guácharos dista mucho de las condiciones de su hábitat. Solo se tienen registros de existencia de esta ave en Sudamérica. Ella anida en las profundidades oscuras de una formación rocosa enclavada en un área de selva húmeda tropical, de 90 kilómetros cuadrados. Este cinturón verde que converge en la reserva de la Biósfera Cinturón Andino fue declarada hace sesenta años el primer Parque Nacional Natural del país. Huila Esta es una de las nueve áreas protegidas del departamento del Huila.

Desde cuando los colonos que arribaron al Caquetá narraran sus peripecias al atravesar esta zona. Y más tarde la ciencia señalara su importancia, se ha protegido esta joya de la biodiversidad colombiana. Allí solo se puede acceder de forma autorizada por una ruta que desde el municipio de Palestina, a media hora de Pitalito. Esto toma cuatro horas en recorrer. El camino escarpado que en época de invierno se hace intransitable, cruza una espesa manigua. El único operador turístico comunitario que ofrece el servicio de hospedaje, alimentación y guianza es la Fundación Cerca Viva. Este destino es punto de peregrinación de curtidos espeleólogos y consagrados conservacionistas.

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