Campesinos colombianos siembran ilusiones y cosechan tragedia

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Nuevamente el Día del Campesino estuvo marcado por la tristeza, el abandono y unas expectativas que no se cristalizan. El paro se sumó para agudizar la crisis de los más pobres. Ya fue suficiente resistencia.

Por Germán Enrique Núñez Torres
Especial/Diariolaeconomia.com

A las cuatro de la mañana, en medio del entusiasmo y los últimos cabeceos de la madrugada, el agricultor Jorge Espinosa deja su cálida y confortable cama. Al abrir la puerta de su habitación lo espera una espesa y helada nube, que le dice buenos días. El noble labriego, quién mira entre la densa neblina hacia los corrales, se dirige con su señora a la cocina, en breve saldrá el aromático y humeante café, vendrá el desayuno y luego unos pasos al camión cargado de alimentos que tienen como destino la central mayorista de Corabastos, una lotería porque hay días en que pagan bien la cosecha y otros en los que literalmente la regalan o la venden a pérdida.

Ya arreglado, aperado de ruana y sombrero, el orondo campesino abandona su finca El Clavel. El motor del camión retumba en la vereda Quebrada Negra, y entre chiflidos y gritos, los recolectores, desafiando el clima, saludan a Espinosa.

Cruda realidad

En charla con Diariolaeconomia.com, el productor agropecuario Jorge Espinosa y otros empresarios del campo expresaron sus inquietudes por la muy difícil situación del agro, de la falta de rentabilidad, y los retrasos en infraestructura, entre tantas vicisitudes que hoy enfrenta la paciente y aguantadora ruralidad.

 “Yo no sé de qué manera nos ayuda el paro, si usted ve los campesinos aceleramos la quiebra, igual no hay políticas claras del Gobierno porque aquí producimos la caja de pepino a 7.000 pesos y la vendemos en la central mayorista a 8.000 pesos, apenas mil pesos de ganancia, y a eso quítele transporte, mejor dicho, no me explico cómo seguimos en esto, es vocacional y humanitario, pero en el campo no sabemos cuánto más aguantemos”, expuso Jorge Espinosa.

Hoy, no hay relevo generacional, en este momento es imposible pensar en arar el campo o producir alimentos porque los jóvenes se fueron para las ciudades.

Vaivén económico

En fin, hay alimentos que suben y bajan de precio, están sujetos a la ley económica de la oferta y la demanda que podría ser menos austera en tiempos de vacas flacas, si el campo tuviera condiciones y una expedita hoja de ruta. Independiente de lo que pase con las siembras y su comercialización, hay un factor que está llevando ruina a las fincas, que atomiza la rentabilidad y desvanece el esfuerzo de los labriegos, se trata del incontrolable valor de los insumos, un rubro que está imposibilitando seguir con las plantaciones de ciclos corto y largo en Colombia, igual con la ganadería y cría de especies menores.

Según Jorge Espinosa, un bulto de abono cuesta entre 138.000 y 143.000 pesos, otros más económicos son factibles desde 110.000 pesos, totalmente salidos de la horma porque el año pasado por esta época valía 86.000 pesos. Engordar gallinas también se encareció puesto que el bulto de maíz para su ceba alcanzó los 110.000 pesos, algo extremo porque hace un año costaba 50.000 pesos y era caro.

Los expendedores de materias primas afirman que hay dos factores para que los agro-insumos estén disparados en precio, la tasa de cambio, cuando se importan y hoy el paro que bloqueó el país en desmedro de la economía básica que está llevando del bulto sin tener por qué.

Como si los problemas fueran pocos no hay relevo generacional, en este momento es imposible pensar en arar el campo o producir alimentos porque los jóvenes se fueron para las ciudades y los que se quedaron, prefirieron incursionar en el comercio, la construcción o cualquier otra actividad, las nuevas descendencias no quieren repetir la historia de padres y abuelos, razón por la cual empieza a verse amenazada la producción, y lo peor, la seguridad alimentaria porque como asegura Jorge Espinosa, el hueco no lo llenan ni con importaciones que van a bajar y en algún momento pararán porque los países necesitan enfrentar la muy cercana hambruna.

El campo es tan eficiente que alimenta familias y bancos

Para Espinosa, el trabajo del agricultor no es reconocido, la gente ignora que cuando se sienta en la mesa, detrás de cada papa, habichuela, zanahoria, arroz, carne o el alimento que sea, hay todo un proceso productivo que implica esfuerzo, sacrificio y muy poca ganancia. La agricultura colombiana no ha sido feliz, siempre pasa algo, cuando no es el clima, aparecen otros fenómenos como la violencia y la intimidación, a esos problemas, señaló Espinosa, hay que sumarle olvido estatal, falta de política pública, carencia de servicios públicos, altos costos de los insumos, retraso en infraestructura, acuerdos comerciales, diseñados para matar de hambre a los que hoy cultivan en el país y falta de crédito.

 “Ese anuncio que a los campesinos nos están dando plata es mentira, los bancos jamás dieron prórroga y con todo y Covid-19, nos apretaron para pagar, lo poco que quedo en el bolsillo, se fue para las entidades financieras que no saben de piedad o comprensión, cobran y listo, el resto de malas y reportados en data crédito”, afirmó Jorge Espinosa.

El campesino, alegre, buena persona y generoso por naturaleza, es muy mal tratado, en las veredas dicen que el estado los mira con desdén. No es sino ver procesos, visitas a juzgados y el lamentable embargo de predios, casas o maquinaria, contextos sumamente tristes.

Colquimicos

El agro en Colombia lleva siglos de lucha, no ha habido un solo gobierno que haya atendido a plenitud la ruralidad, quizás se dieron algunas escaramuzas y llegaron cualesquiera instrumentos de mercado y absorción de cosechas, los mismos que espetó la corrupción. Ningún presidente en Colombia, y menos los de los últimos treinta años, supo que el campo era un tesoro, lo más valioso, lo que debía cuidarse y preservarse, el tiempo palaciego se fue en explorar contingencias para ayudar a los que producen por fuera de la patria y así extinguir con importaciones el trabajo local, tremenda miopía, más cuando ingresa café a la tierra del café, cebolla, papa, plátano ajo y otros alimentos que brotan bondadosos de los suelos colombianos.

Lo pactado en el paro campesino en donde se prometió revisar el capítulo de abonos jamás se tomó en serio y hoy el precio sigue en una escalada aterradora que tiene a los productores como quedó sentado al inicio de esta nota, vendiendo carros o activos para poder fertilizar. Este escenario es apremiante, según Jorge Espinosa, para poder bañar el tomate se necesitan 100.000 pesos, el valor de una caneca y si son diez canecas pues hay que buscar como sea un millón de pesos.

Hay firmas que aprovechan su condición de operar exclusivamente para una región y suben los precios a su acomodo, pero no hay Superintendencia u organismo de control que haga respetar la ley, una queja de toda la vida, algo fraguado porque entre más se queja el productor, mayor es el precio de las materias primas que jamás tuvieron un techo.

Al campo le sobran ganas de trabajar, pero le falta todo

En las montañas de Santa María, Huila, trabaja de manera incansable el agricultor, Álvaro Camacho Feria, un conocedor de los procesos productivos y desde luego de la retadora caficultura. En su intervención apuntó que lastimosamente, al campo le sobran ganas de trabajar, pero aclaró que desdichadamente al labriego le falta todo ya que no cuenta con bienes públicos, adolece de vías terciarias y pierde en la comercialización.

Complementó que hay factores admirables en el campesino como la disciplina y su organización, pero lamentó la ausencia de una política pública para el agro, de una política de estado para la ruralidad pues quienes siembran y le cumplen al país no tienen acceso al crédito ni a dineros públicos para el fomento del sembradío y cría de animales.

Los recursos que ofrece el estado, dijo, terminan en una hilera de requisitos y diligencias que imposibilitan el empréstito, y prácticamente no le llegan al universo de campesinos que solicitan o requieren dinero para inyectarle a sus fincas imprimiéndoles competitividad y sostenibilidad. Además, detalló Camacho, hay desconfianza porque las tasas de interés siguen siendo muy altas.

En el campo, hay factores admirables en el campesino como la disciplina y su organización, pero lamentó la ausencia de una política pública para el agro.

Aseveró que, con cargo a la pandemia, los insumos para el campo se han incrementado de manera exagerada pues hay productos que repuntaron y reportaron alzas del 30, 40 y hasta el 50 por ciento, pudiendo haber reajustes de mayor proporción.

En materia cafetera, expresó su descontento porque los buenos precios del grano se ven castigados con la carestía en las materias primas que utiliza el campo. El inconveniente es bien alarmante porque la agricultura exige abono y una tierra sin fertilizantes no da cosecha, no produce y genera saldos en rojo.

Con el paro, denunció, todo subió de precio y eso se ve reflejado en los precios de la carne de res que superan los 8.000 y los 9.000 pesos, igual que la proteína proveniente del cerdo y hasta la de pollo que vale 4.500, 5.000 y hasta 6.000 pesos la libra, cuando se consigue. El tema, agregó, es bien tremendo, hay desabastecimiento porque en ese municipio del occidente Huila no se consigue azúcar y el pan escasea.

 “El año pasado, fuimos los héroes, le pusimos el pecho a todo, abastecimos el país y evitamos que Colombia colapsara. Este año ya no nos ven y dejan de lado una tragedia rural producida por el precio de los insumos, la carencia de alimentos y el paro que redundó en la pérdida de las cosechas del agricultor. Los promotores del paro dicen que todos tenemos que poner, pero omiten que los productores agropecuarios siempre estamos en esa tónica y todo a cambio de muy poco o de nada. Siempre llevamos la de perder. Hoy una persona que esté cultivando aguacate, lulo, o cualquier otro alimento, si no la vende pierde, y nadie, absolutamente nadie les va a responder a esos labradores por la plata perdida y por los líos de cartera que se agravan”, apuntó Álvaro Camacho Feria.

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