En el momento en que nos acobardemos, se acaba todo

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Esta es la historia de un veterano de guerra perteneciente a la Policía Nacional de Colombia, quien vio de frente la muerte en una de las más cruentas y feroces incursiones de la guerrilla, cuando el conflicto armado en el país estaba en furor.

Por César Pérez Rojas
N24-7/Semanario

En el tiempo en que tiene su punto álgido esta historia, el cual se remonta a inicios de la primera década del 2000, en Colombia era natural, casi todo los días, incursiones de la insurgencia en donde se acorralaba y sometía a todo tipo de violaciones de derechos humanos tanto a la población civil, como a la fuerza pública, algo que el protagonista de esta historia vivió en carne propia y que luego de recordar con una expresión  indescriptible, reflexiona que luego del proceso de paz firmando por el Estado, estas terribles acciones se han reducido en un 90%.

El Subcomisario Orlando Franco Herrera, quien es el veterano de guerra en cuestión, lleva 27 años sirviendo en la Policía Nacional, desde muy joven se interesó por pertenecer a la institución, oriundo del Municipio de Samaná, Caldas, tomó la decisión de formar parte de la Fuerza Pública, sobre todo por las excelentes oportunidades que esto le representaría en el tema de garantías y estabilidad laboral.

Orlando Franco Herrera, el protagonista de esta historia.

El 23 de agosto de 1993 ingresa al Centro de Instrucción de la Policía Nacional ubicado en la ciudad de Neiva, un apéndice de la Escuela ‘Gabriel Gonzales’ en donde realiza curso de patrullero, graduándose el 20 de agosto del año 1194. La primera labor al que es designado consiste en hacer acompañamiento a los funcionarios de la inspección de precios y medidas, en donde ayuda a ejercer control en diversos establecimientos comerciales en la ciudad.

A los cuatro años es ascendido al grado de subintendente, generando un cambio en su vida institucional, pasa a ejercer el mando y a ser comandante al ser nombrado como jefe de Turismo del Departamento Policía Huila en donde ejerce un año para posteriormente dirigir el CAI de Quebraditas otro año y medio, lo que le da confianza y una muy buena visión del futuro, sin saber que prontamente, viviría una de las experiencias más extremas de su vida.

Las 14 horas más extremas de mi vida

El 8 de julio Orlando Franco es nombrado como comandante de la Subestación de policía del corregimiento de Vegalarga, al cual llega el día siguiente, un sábado en la noche, el compañero que iba a relevar ya se había trasladado a la ciudad de Neiva dejándole en la habitación destinada para su hospedaje, el fusil de dotación y unas hojas en donde estaba consignado un documentos con indicaciones a seguir. Acto seguido se entrevista con los policiales adscritos, al empezar a hablar ellos le cuentan que la unidad estaba con una importante alerta por posibles ataques o incursión guerrillera por parte del Frente 17 de las FARC que operaban allí.

“Las amenazas eran permanentes, el ambiente estaba cargado con zozobra y el personal se encontraba un poco desanimado debido a que la situación de orden público no se prestaba para que ellos tuvieran su día de descanso, la única opción era desplazarse a la ciudad de Neiva donde tenían a sus familias porque realmente para nosotros era imposible radicarnos”.

Era tan compleja la situación que el Departamento Policía Huila, había enviado a una señora para que les hiciera comida y se hiciera cargo de las labores de aseo de la Subestación porque en el corregimiento nadie les quería servir porque estaban amenazados por la guerrilla en el sentido de que si les vendían algún artículo o tenían algún tipo de trato con ellos iban a haber represalias, lo que ocasionaba un total aislamiento por parte de comunidad.

El miércoles siguiente, al alrededor de las 4 p.m, es cuando inicia la fatídica experiencia para Franco, de un momento a otro la comunidad del corregimiento empezó a salir despavorida llevando consigo colchonetas, ollas y demás enceres, sin que nadie en la subestación supiera nada, esto producto de que la guerrilla anunció que ese día iba a tener lugar una de las más terribles incursiones que este pueblo sufriría en su historia. Los policías al observar esto inmediatamente pensaron, no equivocadamente, que algo delicado iba a suceder y proceden a activar un árbol telefónico, en el que estaba un listado de las principales autoridades del sector sin recibir respuesta alguna.

A las 6.45 p.m finalmente obtienen respuesta, luego de llamar a la iglesia del pueblo, el sacerdote transmite una terrible respuesta, “hijos que mi Dios me los bendiga, acá afuera del templo está toda la guerrilla de los alrededores”.  El policía que recibe la noticia, como puede, les cuenta a sus compañeros, acto seguido el comandante ordena inmediatamente a sus subalternos recoger su armamento y la munición con la que contaban y luego de formarlos se dispone a idear la defensa, que sería la más dura de su vida como uniformado. Versiones oficiales apuntan a que había más de 300 insurgentes.

Afortunadamente, en los tres días que había durado en la subestación, Franco Herrera había realizado un recorrido por el pueblo y notó que un matadero ubicado a pocos metros de la subestación, era un buen sitio para establecer la resistencia porque había unos mesones en cemento que prestaban una buena protección. “Yo forme a los 17 hombres a mi cargo y les dije bueno muchachos, esto es una realidad y les recordé que la instrucción recibida en la escuela consistía en que en ningún momento nos íbamos a retirar y huir ya que esto iba en total contravía a nuestro deber de salvaguardar a la población, nos vamos a dividir en tres grupos, cinco se van   para el matadero, otros tres se van conmigo y el resto se va a atrincherar en la estación y vamos a pelear por nuestras vidas y en caso de que nos veamos perdidos nos encontramos en el cementerio” narró Franco como si aún siguiera en medio de la terrible pesadilla que fue ese día.

Los fragores de la guerra irregular en Colombia

Lo primero que se escuchó del ataque de esa noche por parte de las FARC fue un ruido en el aire producido por un cilindro que cayó en la plancha de la subestación, rebotó y finalmente estallo en un barranco cerca de los uniformados, luego de eso, cerca a las 8:30, el lanzamiento de estos artefactos irregulares de guerra empezó a caer de forma continua, pero los policías, en una forma inteligente de reaccionar no dispararon en ráfagas desesperadamente como los guerrilleros esperaban, al contrario el fuego fue muy controlado, sólo cuando los insurgentes intentaban acercarse a donde estaban ellos.

Como a las 9:00 pm, el en ese entonces subintendente Franco observa que lanzan un cilindro bomba directo a donde se encontraba y que a explotar, lo deja aturdido por espacio de varios segundos. Cuando vuelve en si nota que no podía abrir el ojo izquierdo y que no se podía mover, pero como puede se arrastra con el fusil detrás de un árbol en medio de la caída indiscriminada de cilindros bombas.

A las 11 de la noche se escuchó el Avión Fantasma y se reportó por medio de un radiotransmisor que posee el personal de la Subestación, que indicaran la ubicación, a lo que Franco respondió que debido a la oscuridad no se podía ver nada con claridad, pero que existía una clara señal: una casa que quedaba al lado y en donde había caído un cilindro bomba lleno de bóxer y gasolina y se podía observar una conflagración, desafortunadamente el apoyo fue insuficiente debido a que en los alrededores había población civil. “Mientras el avión sobrevolaba servía por que los guerrilleros se replegaban pero apenas se iba, iniciaba de nuevo la lluvia de cilindros bomba” indicó el uniformado.

Contenedores de 100 libras usados para lanzar los cilindros bomba.

Por otro lado en el matadero, en donde se encontraban los cinco policías defendiendo uno de los perímetros de la subestación, como a la medianoche, se escucharon muchos disparos, razón por la cual el subintendente pensó lo peor, pasaron como cinco minutos sin disparos y los insurgentes empezaron a lanzar cilindros, al ver que no podían neutralizar a los policiales, los cuales en un acto de valor y temeridad, escapan del lugar e ingresan a las instalaciones, cosa que afortunadamente los guerrilleros no notaron. En palabras del protagonista de esta historia, eso fue lo que los salvo de una muerte segura ya que se concentraron en el matadero toda la noche y no en la subestación.  

Como a las 3 a.m, se empezó a ver la desesperación de los guerrilleros, quienes empezaron a gritarles que se entregaran o si no los iban a matar, algo que los policías ni siquiera se les pasó por la cabeza, al contrario siguieron firmes en su rol de fuego, disparando sólo lo necesario. Como a las 5 p.m empezaron a prender vehículos tipo escalera “Chivas” y camiones, a lo que el comandante Franco avisa al avión por el radio que habían emprendido la huida hacia la zona de distención que no quedaba muy lejos, el cual realizo un bombardeo en contra de estos objetivos, tiempo después según versiones de la población, en ese ataque habían sido dados de baja cerca de 200 insurgentes. “Cuando amaneció yo vi que salieron de la estación dos uniformados, a los que inmediatamente llame para que vinieran y me ayudaran, me llevaron a una especie de salita en la estación y al contarnos y ver que nadie había muerto empezamos a llorar y gritar de alegría”

A las 9 a.m y cuando ya todo quedó en aparente calma, dado a que luego de que los policiales pensaron que todo había acabado, aún se presentaron algunos disparos desde un cerro en una vereda llamada Anacleto García, finalmente llegan una ambulancia de la Cruz Roja y después de valorar al subintendente Franco, se resuelve sacarlo del área y llevarlo al hospital de Neiva, pero la pesadilla no acabaría allí, o eso fue lo que pensaron las personas que iban en la ambulancia, a poco recorrido en un cruce que conduce a una vereda cercana había un retén de la guerrilla e hicieron detener la ambulancia, abrieron la puerta pero de milagro lo dejaron pasar, Franco estaba uniformado.

Después de dos meses de incapacidad y una cirugía en su pierna, la mayor parte del tiempo hasta ahora en la policía, Franco lo pasa adscrito a la Policía comunitaria, ahora dos décadas más tarde de esa terrible experiencia, con 48 años y el grado de subcomisario, aspirar a que en año y medio pueda llegar al máximo grado de su carrera Comisario y poder retirarse y compartir con su familia. “he servido mucho a la comunidad me conozco todos los municipios del Huila acercarme a la gente, considero que he sido afortunado y mí vocación siempre ha sido servirle a la comunidad”

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